¡Hemos subido tu montaña, Madre!
Subir una montaña no es solo coronar la cima: supone un
camino, un afán, ese esfuerzo en el que el mismo Cristo resucitado nos hace ser
conscientes de que es más importante el camino que la meta misma.
Y te damos gracias, Señor, por un día como este. Porque nos
has dejado ser nosotros mismos en nuestro ánimo y nuestra oración, porque
tenerte nos hace verdaderos en nuestra identidad; gracias, Señor, porque has
bailado al son de la guitarra, acompañándonos desde nuestra autenticidad en una
fe vivida en comunidad cantada a todos y para todos.
Gracias, Madre, porque nos has acogido en tu santuario.
Hemos llegado aquí con nuestros aciertos y nuestras carencias, nuestros valores
y nuestras poquedades. Cada uno de nosotros acude a ti con su pequeña historia,
y Tú nos hablas de dentro afuera, en cada minuto de nuestros pensamientos, en
todas las palabras y en cada uno de nuestros silencios.
Y gracias, Señor, por tener memoria de nuestra gente y de
nuestro mundo. El viento nos trajo el sabor de nuestra casa y hemos tenido de
la mano a nuestro compañero, el profesor; a nuestra compañera de la limpieza, a
nuestros compañeros de clase, a las hermanas, al abuelo y a los padres: te
hemos traído la fe de quienes siempre nos esperan y por ellos, la hacemos
también nuestra.
¡Y hemos subido tu montaña, contigo…!
No hay comentarios:
Publicar un comentario